El viaje empieza
aquí:
una niña-mujer se
abre al mundo
con el tacto
susurro de sus dedos
tocándose.
Siglos,
continentes enteros, negando
esta sencilla
historia de amor.
El no tiene forma
de agujero,
el cero,
la nada.
Lo visten de oro o
de indecencia,
lo disfrazan, lo
engalanan a veces
-el día más
importante de tu vida-,
lo repudian
-el día más
nefasto de tu vida-,
puro o completo
tu cero, tu sí,
tu no,
y mientras tanto
olvídalo,
tenlo siempre
presente,
entrégalo,
presérvalo, de todos modos
hazlo de los
otros.
Pero entonces
una niña-mujer se
ve desnuda,
deshace el camino,
siglos,
continentes enteros,
la sombra del
patrón,
su mamá y la mamá
de su mamá,
y emprende el
viaje.
Este es el último poema que leí en La Hormiga Atómica. Y el que se llevó el calor de los aplausos, calor para seguir el viaje, por las líneas, hoy, sobre todo, curvas.
Este es el último poema que leí en La Hormiga Atómica. Y el que se llevó el calor de los aplausos, calor para seguir el viaje, por las líneas, hoy, sobre todo, curvas.
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