El pasado viernes, llevé a Mero Amor delante de unas decenas de personas en el Civivox de Iturrama, invitada por el Ateneo Navarro. Cogí el micro y el libro —en difícil equilibrio— y me puse a leer uno tras otro, ocho poemas escogidos que recogieran momentos significativos de la historia que cuenta. Págs. 20, 30, 36, 40... Le puse voz, una voz, y me gustó. Puede leerlo cualquiera, pero lo hice yo, tocaba, me tocaba. No se me trabaron, fueron fáciles, se dejaron.
Impresiones: la primera es ésta de disfrutar leyendo, de hacer que todos los reunidos los recibiéramos a la vez, una experiencia poco habitual y agradable para los libros que a veces se da en escuelas y en recitales.
La segunda la intuí y confirmé después: el público pensó que nuestra relación iba más allá de lo literario; que tengo algo con Mero Amor, algo que no está en el papel. Obviamente, después de tanto tiempo construyendo sus páginas, antes incluso de que existieran, existe un vínculo entre nosotros que toca lo personal. Es difícil no implicarse. Una pone sus palabras, su manera de entender la vida, sus experiencias... Sin embargo, tengo la sensación de que algunas personas vieron/ven algo más “exclusivo”, algo más íntimo.
Pero, ¡es un libro! Lo escribo, lo leo, nada más.
De todos modos, no me importa. Que piensen lo que quieran. Pensad lo que queráis. Y si Mero Amor habla de mí, tampoco me voy a enfadar, está en su derecho. No puedo, ni quiero, controlarlo hasta ese punto.
Me gustó salir con él, nos acogieron bien, ojalá repitamos.