Siempre dejo que
caigan de su lado
las migas del
mantel.
Sus piquitos
golpean el alféizar. Los oigo
y me giro
despacio, son muy asustadizos.
Si me basta, uso
sólo
el rabillo del
ojo.
Su compañía no
es caprichosa y
no dura demasiado.
Pero mi vida
entera se detiene
pues nada vale más
en ese instante.