Había una norma que recuerdo, no sé de cuándo ni de quién, para escoger libros de lectura. Debió de ser hace mucho tiempo, cuando los primeros libros de verdad, y la primera consciencia de que no podía leer cualquier cosa.
Era bueno para una aquel libro en el que no conocieses el significado de, al menos, una palabra en cada página. Es decir, era bueno entender casi todo, pero no todo. Eso relacionaba de un modo sencillo la capacidad propia con la dificultad del libro. Una palabra, quizá dos, entendí que nunca muchas más, nunca tantas que lo dejaras por pura frustración o aburrimiento.
Quizá sea algo simple pero lo recuerdo como un buen criterio, al menos hasta tener otros. Me sirvió para lanzarme a libros cada vez mayores, apasionantes, siempre un "un poco" difíciles, a sentirme valiente, a esforzarme, y, como premio, aprendía palabras. Las degustaba, las entendía; muchas veces las olvidaba hasta que reaparecían, y había que probar otra vez, mirar en el diccionario, preguntar, hasta que se hacían propias, y me llevaban a nuevas aventuras, más complejas, más divertidas, deliciosas, y a otras palabras...
Ayer me dijiste que soy difícil, y te pregunto ¿cuánto no entiendes? Y espero que, ojalá, digas que sólo un poco. Y sonreiré pensando que has aceptado el reto.
"Aprender a ser ambiguo, a omitir con precisión, a garantizar que sólo quien quiera entender, entienda.
ResponderEliminarEsa manera de construir un silencio que dice cuanto calla."
Bien, Anika, bien... Tiempo sin coincidir, eh? Habrá que forzar el azar. ;)
Sí... es que ando un poco perdida. Sí me ves, avísame.
ResponderEliminarAhora en serio, un poco más, gracias por tus palabras. Habrá. Un beso. Cadabra un día de cerveza/s?
Ya no me sentire extraña o excesiva o friki buscando libros q no comprendo... y q no deseo comprender. Un placer, Ana, tu espejo
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