En Línea Discontinua había un poema
sobre rotondas, decía así:
Rotondas
Nos
seguimos medimos cuidamos, dos carriles y luego
entramos
uno detrás de otro, giramos y salimos, en la primera aún juntos
en la
siguiente no
quizá,
como
naipes lanzados repartidos volamos
y
otra vez otra distancia mínima, con aquel, más prudente, más
larga,
y otro
círculo
que
nunca se completa.
Hoy,
salía del Polígono escuchando una de las muchas versiones de
Libertango, y he entrado en una rotonda, y he bailado con el coche,
¡lo juro!, llevándolo del volante.
Un
suave y seguro giro, espontáneo y preciso, y cómo lo he disfrutado.
Cuando los pasos son tan tuyos que ya no te distraes midiéndolos, y
se coordinan solos ojos, manos y pies, eso es bailar.
Y
claro, me he acordado de aquellas rotondas que escribí, cuidadosas y
atentas con las distancias...
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